Exageración
En otra época, mis reflexiones sobre el lenguaje de las personas transgénero a travesaba, sobre todo, el tema de lo no binario y del llamado "lenguaje inclusivo".
Hoy en día, sin embargo, ya no me entiendo como no binarie, sino como mujer trans (binaria), y prefiero referirme a mí misma en femenino. Por esto, ya no siento más que sea mi lugar intervenir en la discusión sobre lo no binario.
Lo que sí me atraviesa todos los días es la malgenerización. Para mí, esta se ve como el que las personas en mi entorno se refieran a mí en masculino y con términos típicos para varones.
La malgenerización surge porque hacemos presunciones sobre el género de les otres, que no se condicen con su género real (o "autopercibido"). Entre personas cisgénero, asumir y afirmar de esta manera el género ajeno es un asunto de cortesía básica: si no llamas a quien le hablas con motes como "pibe", "caballero", "señora" y demás, entonces puede parecer que le estás tratando con frialdad.
Sin embargo, esta misma cortesía a menudo se vuelve hiriente cuando es dirigida a personas trans. ¿Por qué? Porque cuando las personas cisgénero asumen la identidad de una persona trans, a menudo lo hacen mal, incluso cuando le aludide viene haciendo un esfuerzo importante por mostrarse como alguien de su género real.
Esta prácica de la malgenerización casual, aunque no siempre proviene de la malicia sino de la ignorancia o la costumbre, de todas maneras constituye una microagrasión. La misma es, por degracia y como a todes les consta, una parte inevitable de ser una persona visiblemente transgénero en el contexto de una sociedad cis-hétero-patriarcal. Una, pues, se termina acostumbrando, y busca canalizar su frustración, su tristeza y su bronca de alguna u otra manera.
Les menos estoiques entre nosotres, cuando nos dan las agallas (o no lo pensamos mucho) devolvemos el insuto con la misma nota casual con que se nos fue proferido. El otro día, tras una merienda agradable con una maiga, el mozo que nos trajo la cuenta me llamó "caballero". Cuando terminamos de pagar, me aseguré de cerrar mi afradecimiento con un "señora", malgenerizándolo a propósito.
Esta táctica, por supuesto, no es exactamente loable; es un golpe bajo, a menos que sepamos que la otra persona nos malgeneriza a propósito y con malicia. En verdad, emplearla es rozar en la hipocresía. Tampoco es muy claro que rinda algún beneficio, y ni hablar de los muy presentes riesgos asociados. En definitiva, el malgenerizar a le malgenerizader constituye un recurso poco honroso o efectivo.
Si una lo piensa con la cabeza fría, se tendría que descartar la opción que vengo comentando. Aunque sea, amerita ser sopezarla con detenimiento. Como en todo en esta vida, hay que saber escoger las propias batallas, a lo que añadiría que resulta adecuado elegir los medios que queremos usar para librarlas. No cualquiere extrañe se merece nuestra bronca, ni toda ofensa necesita que le respondamos inmediatamente.
Cabría pensar, pues, en qué criterios tener en cuenta para esta deliberación. Uno podría ser la cercanía con la persona que nos hiere: así, cuando hay una relación previa de por medio, y sobre todo si está basada en el cariño, el respeto mutuo, o un trato habitual, es más probable que valga la pena llamarle la atención. De lo contrario, el asunto es más dudoso.
Si una decide que va a hablar con aquella persona, entonces llegó el momento de considerar la forma en que abordaremos la situación. Personalmente, en mi interior siempre hay una tensión entre dos tipos de impulsos: unos tendientes a la venganza, el sarcasmo y hasta la crueldad, y otros surgidos de la compasión y del deseo de evitar conflictos.
Estas motivaciones opuestas pueden dar pie a métodos diversos. Por un lado, puedo afrontar el conflicto con un acercamiento directo, franco; o bien puedo hacerlo sutil e indirectamente. Supongo yo que cómo se vea el balance justo entre estos dos estilos dependerá de la situación específica, pero tiendo a pensar que pecar de demasiado consiliadore es mejor que excederse con el deseo de revancha.
Pongo un ejemplo de mi propia vida en que creo que me acerqué a algún balance, pero no termino de estar segura que haya actuado de manera muy efectiva: Durante una clase práctica de la universidad, nos tomábamos turno les alumnes para leer unas oraciones en voz alta, y luego ofrecer nuestros respectivos análisis de las mismas. Por cualquier motivo, siempre éramos primeres yo y el único varón del grupo; recién después solían atreverse a hablar las otras dos alumnas, ambas mujeres y supongo que cisgénero.
En esta ocasión de la que hablo, después de haber dado yo mi análisis, la profesora intervino para invitar a estas compañeras a participar. La frase que dijo fue algo así como "Bien, ahora oigamos alguna voz femenina". La implicatura era, al menos para mí, obvia: hasta entonces no se habían oído voces femeninas, ya que ni la del compañero (varón) ni la mía (mujer trans) lo eran.
Habiendo recibido este mensaje implícito, una combinación de enojo, indignación, tristeza y autoculpación se apoderaron de mi mente y ánimo. Para mis adentros, trataba de convencerme de que me estaba inventando la ofensa; me achacaba no haber entrenado mi voz; me decía que el sutil entimema de la profesora era cierto: yo no tenía una voz femenina, y esto era porque yo no era una mujer. También me lamentaba de haber tenido mejores expectativas de aquella docente, a la vez que soportaba el impulso de hacer un comentario sarcástico durante la clase.
A la vez que se desarrollaba esta tormenta en mi interior, proyectaba hacia el exterior, casi por impulso, guardé silenció y evité hacer contacto visual. Como consecuencia, el aula quedó en completo silencio en más de una ocasión. Si me dignaba en romperlo para responder alguna pregunta de la docente, lo hacía con tono inexpresivo y de manera escueta.
Al finalizar la clase, me acerqué a la profesora. Era la última clase que vería con ella, así que le dije: "Sé que quizás ya es muy tarde para que se lo diga, pero por si no losabía, le comento que Vera es nombre de mujer." Ella de inmediato asumió una actitud de defensiva, pero abierta. "Eso ya lo sé. Nunca quise dar a entender otra coas. ¿Dije algo que lo sugiriera?" Le mentí: le dije que no, que no era por nada en particular, que era solo para dejarlo en claro.
Es que, ¿cómo explicarle que su comentario, dicho tan sin pensarlo, sin aludir a nadie directamente, en particular no a mí, había sin embargo herido mi sensibilidad de tal manera, que me había hecho duddar de mi identidad y hasta de mi lugar en aquella aula y en la facultad toda?
No había esa confianza entre nosotras. Cualquier paso adelante (o eso me decía yo), implicaba la posibilidad de quemar una nave, de cerrar una puerta en mi futuro en la academia. No, no podía cometer semajante sandez. Me despedí y mefui. Un par de compañeres habían escuchado el intercambio.
Al día de hoy me sigo preguntando si la profesora en verdad ignoraba lo que había dicho. A lo mejor se dio cuenta más tarde y se arrepintió. Desde entonces me ha tratado bien. Quiero confiar sin más, pero la duda no se esfuma.
Pero es que eso es lo que hacen las microagresiones: te ponen en alerta, te sacuden el suelo, te hacen dudar de tu experiencia, pero la única solución que te presentan es la represión de tu personalidad, la negación de tu yo en el espacio público, o su total remoción física: el asilamiento, el ostracismo.
¿Exagero? He ahí la cuestión. Si en cada esquina, si en cada negocio, si en la facultad y en el trabaja y en la casa siente una que tiene que estar en alerta, que les demás la desaprueban, que más de une quiere su represión o su muerte, que la propia felicidad y autodeterminación son motivo de debate público en los términos más corrosivos, ¿se puede exagerar? ¿Se puede exagerar cuando es motivo de alegría el mero no haber sido víctima (aún) de crímenes de odio? ¿Se puede exagerar cuando se tiene en mente el recuerdo de la interminable lista de nombres, de sus caras, de las velas que les llorábamos quienes sobrevivimos?
Lo que tienen en común las microagresiones a que hice referencia aquí es que transitan en el secreto. No es casualidad. El odio fluye por vetas subterráneas, en los comentarios velados, en los dichos a espaldas de una, en el sentido común, en los refranes, en los vacíos legales, en las miradas esquivas. El odio tiene forma de silencio, de olvido, de chispoteos; pulula en la no-intención, en lo obviado, en la posteriorización, en la ignorancia, involuntaria o no.
Decía un filósofo que el amor y el odio son afines porque ambos involucran un deseo y una presencia del objeto en la mente de le experimentante; pero creo yo que hay un cierto tipo de odio que habita el desdén, el no querer saber. Hay quien odia presentemente y oculta callando omás bien desdiciendo, para que otres, en su ignorancia, desdeñen. ¿No extiende, pues, su odio quien enseña a ignorar y a olvidar? La ignorancia es la excusa perfecta, y quien odia la vuelve virtud, pues no se puede actuarmal si no se conoce la naturaleza del daño.
Por eso el odio prolifera mejor en la inercia de lo no dicho y asumido. En estos resquicios habitan la buena educación, la formalidad y la distancia. Volvemos al inicio: asumir el género de le otre es una manera de ser cortés. Las personas trans atentamos contra la cortesía, y por tanto somos viciosas. Incomodamos, y quienes nos odian se agarran de esa incomodidad sentida por muches para atacarnos. Aun más: elles crearon las condiciones para que resultemos incómodes.
Resulta que este odio no es cercano al amor. Considero que un amor basado en un respeto genuino, y del que se engendra la dignidad, constituye una actividad laboriosa y constante no de ocultamiento, sino de su contrario, la revelación. Quien ama se expresa, dialoga, saca a la luz lo que estaba en tinieblas. El amor es memoria, es querer saber. De ahí que resulte incómodo: amar conlleva acercarse a le otre, y por tanto rozarle o hasta chocar con elle. El amor entraña introspección y empatía, y esto de poco le sirve al poder.
Mientras prefiramos la incomodidad del silencio antes que el dinámico bienestar del diálogo, la lucha de nosotres, les desviades, les disidentes, les reveladores, seguirá siendo tan vigente como ha venido siendo hasta ahora. Hasta el día en que seamos realmente libres, nuestra indignación, aun por ofensas en apariencia casuales, no será una exageración, sino una expresión del legítimo deseo de traer a la luz lo que hasta ahora moraba en la oscuridad.
Publicado el 2 de agosto de 2024
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Aquí termina la entrada.
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